cabaña

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domingo, 12 de enero de 2014

Epílogo

Caía una intensa nevada sobre la cabaña cuando un hombre con paso resuelto se acercaba a ella. La niña observaba desde una ladera cómo avanzaba y no necesitó mucho tiempo para, gritando, alertar a todos de la presencia que se estaba acercando.
Un fuerte viento sacudía la copa de los árboles cuando, desde todas direcciones, aparecieron personas corriendo velozmente hacia la añeja construcción.
El hombre trató de abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave.
La acción era simple, encender en la hoguera la antorcha con la que cargaba para prenderle fuego a todo.
– ¿Quién eres? – Inquirió Experiencia, escoltada por Resolución y Rectitud.
– Soy el resultado de omitir toda voz que no sea la de Amor. – Respondió el hombre.
– ¿Respondes a algún nombre? – Esperanza lo sorprendió por su lado diestro.
– Odio, me llamo Odio. – Esas palabras hicieron que todos hiciesen un amago de recular. Tan solo la niña se mantuvo en impasible posición.
– Hombre, ¿Donde estás? – Rectitud sacaba su afilada y aguda voz a relucir.

En los siguientes instantes ocurrió algo que nadie esperaba. No solo la separación de Hombre y Odio, sino también la aparición detrás de Odio de dos adolescentes con muy malas pintas.
– Estos son ira y soledad, vienen conmigo. – Odio ya no tenía el aspecto de cuando llegó, ahora sus facciones cambiaban lo justo como para hacer de su rostro algo sucio, maligno.
– Pasemos dentro, debo explicaros una cosa. He quedado aquí con Amor. – Hombre dijo esas palabras justo antes de extraer de su bolsillo derecho del pantalón las llaves de la cabaña.

Ya en el interior, todos vieron como la hoguera contaba con apenas unas brasas para dar calor. Hombre tardó bien poco en traer algo de leña y darle así más vida a la hoguera, que en pocos minutos lucía perfecta, equilibrada.
– Lo que quería deciros, – Dijo Hombre, mirando a todos los reunidos. Eran más numerosos que en las cenas que montaba Anciano, – es que por escuchar tan solo la voz de Amor he caído en el más horrible de los riesgos.
En ese momento clavó su vista en los despreocupados ojos de Odio.
– A cada acción ordenada por Amor provoqué mucho daño a mi alrededor. De modo que solo puedo concluir que para vivir ordenadamente no se trata de simplificar la complejidad para hacer caso a una sola voz, sino que hay que escucharlas todas para así tomar las decisiones más correctas.
Odio respondió inmediatamente.
– ¿Eso te lo ha dicho Conciencia? – Tras eso se mofó de como había dejado a Conciencia al borde de la hospitalización en varias ocasiones. Odio, a parte de controlar a Ira y Soledad, sabía también como desatar al monstruo que Anciano trató de eliminar cuando se lanzó a la hoguera. Era el amo del monstruo.
Tanto Odio como Ira y Soledad reían rompiendo el sepulcral silencio del interior de la cabaña. De pronto Resolución cogió el diario de Anciano y se lo pasó a Experiencia. Rectitud, ante el intento de robarlo de Odio y los suyos, se interpuso en el camino hasta que Experiencia encontró el capítulo final, el que hablaba del amor puro. Se sentó frente a la hoguera y, con su crepitar acompañando a sus palabras, comenzó a leer hasta que en el suelo apareció tirada la bellísima hermafrodita.
Amor puro se levantó y se encaró con Odio, y fue durante la discusión que Hombre se percató de lo cerca que estaban Amor y Odio, y de lo sencillo que era ser poseído por ellas en gran número de situaciones.

No habría quema de la cabaña, al menos de esa forma tornaba en algo más dulce la experiencia que le había tocado vivir. No solo los ingresos psiquiátricos, sino también la arriesgada aproximación a la cuarta y definitiva visión de la locura. Y el dolor. Y la soledad.
Afortunadamente se encontraba ya mucho mejor ahora que había dejado de estar poseído por Odio. Esa noche se celebraría una cena, pero no entre ellos. Hombre quería regresar con su familia, de modo que se propuso cargar con todas esas voces, la mayoría personificadas en su mente, y hacer de su futuro algo lo más estable y normal posible.
Cuando se dirigía a la puerta una mano le asió fuertemente por el hombre, y al girarse vio a Conciencia. Tenía cicatrices en la cara, mientras llevaba todo el cuerpo tapado por ropajes. Hombre había asistido mientras estuvo poseído a la tortura de Conciencia, pero era muy buena señal que se hubiese recuperado tan rápido.
Juntos salieron de la cabaña e iniciaron el camino de vuelta a la vida real, no sin antes dedicar un par de reverencias a la niña que había evitado la quema del lugar ahora que todo estaba concluido, al menos en esa parte de su vida.

Quizá Hombre algún día regresase para anotar algo en el diario.
La cuestión radicaba en que, más que pasar página, Hombre quería cambiar de libro.
– Ahí tienes. – Dijo Conciencia entregándole algo a Hombre.
Se trataba de una libreta en blanco y una pluma.
Hombre sonrió por dentro y por fuera. Parecía que el infierno quedaba muy atrás ya.

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